Cada vez que un nuevo paciente empieza a ser analizado por mí, suelen preguntarme, por lo general, esta pregunta:
-¿llego tarde para sanar lo mío?
No sé tocar ningún instrumento musical, ni siquiera una pandereta.
Pero de arte, de pintura, algo conozco, y si hay algo que admiro, es cuando una pintura es quitada de una pinacoteca para ser restaurada, nadie sabe cuanto tiempo se tomara en ser devuelta a su estado, o mejor aún, sabiendo que tiene que ser restaurada, siempre me gusta ver, que esos retoques sean imperceptibles a los demás, pero muy obvios para los que conocen, en especial para la obra de arte en sí misma.
¿Que se hace con una buena pintura de varios años cuando es buena?
¡Se la restaura!
Que se hace cuando una persona sensible y especial necesita ser sanada, sé la saca de su contexto habitual, se le ponen nuevos colores, o mejor aún, se ponen los que antes estaba y ahora no están, y se intenta que sea valorada no por los cambios que se ven, sino por aquellos cambios que solos los que realmente valoran a esa persona en cuestión, lo notan.
En la mayoría de los casos, casi nadie los notan, porque enseño a mis pacientes que los cambios no son para otros, sino para uno mismo.
¿Entonces, si alguien llega a la consulta con 20, 30, 40, 50, 60, 70 u 80 años, hay alguna diferencia?
No, porque al fin de cuentas es uno quien decide cuando es el momento de ser valorado.
Y cuando eso llega.
A casi ninguno de mis pacientes le interesan ser admirados.
Ellos solos aprendieron a hacerlo.